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viernes, 2 de noviembre de 2018

Al árbol de los huevones no le gusta su nombre


El secreto de mi semilla lo guardaré hasta que me vean arrancado desde mis raíces. Sólo diré que buenas personas se encargaron de mí cuando mi tallo había traspasado el vientre que me ofreció mi madre Tierra. Pude sentir la caricia de mi padre el Sol. Gota a gota fui creciendo hacia arriba en dirección a él
     Estuve presente en los múltiples quehaceres de mis compañeros que estaban a mí al rededor. Un ritual curioso que tenían ellos era de multiplicar sus pasos cuando una campana sonaba cerca. Escuchaba a la multitud reunirse y elevar alabanzas a un dios, parecían hormigas alborotadas de aquí para allá, gritando alegremente, regañando a sus retoños. Entre ellos había unos que descansaban sobre mis raíces, bajo mi sombra.
     “¡Pinches huevones, levántense de ahí!” Siempre escuchaba cuando esos “huevones” venían a visitarme. Al principio, pensaba que sería un problema pasajero por los reiterados regaños que estos recibían, pero no fue así.
     Muchas primaveras pasaron y de repente cubrieron la tierra que me rodeaba de un material duro, que absorbía, al igual que yo, los rayos sin convertirlos en frutos u oxígeno puro. Los equinoccios y los solsticios se fueron repitiendo, entonces sentí vibrar el suelo en lo más profundo. Un día intente llevar mis raíces más allá en busca de agua y contacto con mis vecinos, pero sentí una barrera que me detuvo y no pude penetrar. Pocas lunas llenas después, sentía vibraciones pequeñas y que a partir de ahí se hicieron contantes e incrementaron años más tarde.
     Los huevones siguen aquí todavía. Me vienen a regalar su tiempo, yo no se los pedí, y siempre los escucho afligirse cuando les hace falta. Otros seres, ajenos de esta tierra, también han venido a refugiarse bajo mi regazo, Cuando ellos llegan, los pasos se multiplican exorbitantemente, el aire está lleno de olores a carne cocida, a maíz y trigo horneado, a frutas en almíbar, entre otras cosas.
Hace algunos otoños los pasos disminuyeron, el suelo cerca de mí se hizo más estático, un grupo de tortugas se había asentado. Colgaron en mis ramas adornos a los cuales elevaban rezos, suplicando que les devolvieran a sus jóvenes retoños. También acostumbraban hacer un llamado al cielo, pidiendo esperanza, haciendo vibrar mis hojas.
     Mis compañeros se esmeran en llamarme el “árbol de los huevones”. Quiero decirles o, mejor dicho, aclarar que yo no soy de nadie más que de la tierra en donde mis raíces se han fijado. No me queda más remedio que quedarme aquí, pero estoy a gusto con eso. La misión que mis padres me han dado es ser ejemplo de vida: estoy vivo y hospedo vida entre mis ramas y hojas; no rechazo ni al más pequeño insecto ni al más huevon de los huevones, son bienvenidos todos bajo mi sombra.

viernes, 7 de septiembre de 2018

El View


La calle brillaba porque sobre los charcos de lluvia se reflejaba secos los rayos del alumbrado público. Eran la 1 de la madrugada de un domingo ocioso. Me acompañaban mis amigos José, Iván y Susana. Todos estábamos nerviosos, yo sentía que mis piernas estaban más frías que de costumbre. Cruzamos la calle después de un taxi, el cual se detuvo a bajar dos chicas que iban al mismo lugar que nosotros: el View. Una de esas chicas era demasiado alta, sus caderas eran pequeñas y su espalda era robusta, haciendo contraste con su vestido de un gris azulado entallado. Su pelo era rubio y traía puesto un gorro gris, sus zapatillas grises de un tacón muy alto.
Entramos a la plaza comercial donde esta esté antro tan mentado.
- Son $40 de cover.
Iván recibió todos los boletos y antes de entrar nos revisaron los bolsillos. Claro, no llevábamos algo que no deberíamos, solo íbamos a divertirnos. Subimos las escaleras, el ruido ya era fuerte, pero al subir y ver la pista de baile, esta estaba vacía. Solo las luces de colores y la música se atrevían a pisarla.
Pedimos un cubetazo para empezar, el mesero llego después con las 6 cervezas, destapo tres, Susana pidió un refresco. Pasaron unos minutos para que la primera pareja cateara la pista de baile. Fueron un chico y una chica, la misma de vestido gris azulado que vi al entrar. El chico tenía que alzar mucho la vista para verla a los ojos, ella vacilaba, pero la música venció sus cuerpos con sus estruendosos beats y melodías repetitivas. Invitaban a uno a saltar o a moverse todo lo posible. Enseguida más parejas se unieron, un chico invitaba a otro a bailar y se sonreían coquetamente. Ahora la pistaba repleta, la música subió de volumen, el sudor en sus frentes los hacia brillar; sus pasos de baile no eran los mejores, pero la cuestión era moverse.
La gente seguía bailando, yo apenas había tomado media cerveza y José e Iván ya iban con la segunda. Voltee hacia la entrada, y vi como un hombre que parecía un dorito con piernas entraba, con el singular caminar que tienen las personas musculosas. Por su camisa amarilla y sus shorts pequeños, además de su cuerpo tan chusco, se hizo presente para luego desaparecer atrás de la barra del bar. La playlist (porque era obvio que no había un DJ en vivo) había llegado una canción más tranquila, la primera pareja bajo de la pista y cada uno de ellos regreso a su mesa. Perdí de vista a la chica, pero vi perfectamente cómo, cuando el muchacho se sentó en su lugar, un amigo suyo le dijo:
-¡Jajaja! Pinche vato. - Como quien recibe a su amigo tras proponerle un reto.
Me termine mi cerveza y me abrieron la segunda. Susana me pidió que bailara con ella, tomo un trago y me levanto de la silla. Ella y yo nos subimos en el pequeño lugar que había libre en la pista y comenzamos a bailar. Mis pasos de bailes son los más carentes de creatividad, pero cumplían su función. Y entre las luces de colores iba recolectando miradas, la mayoría sonreía, otras se comían a la pareja que tenían enfrente, se mordían los labios, invitaban a sus parejas que se acercaran. Una pareja de novios bailaban a nuestro lado, el chico era muy delgado, hasta los huesos y la chica estaba muy rellenita, con su gran panza de bolsa de agua fresca. Bailaban y se detenían para darse besos muy apasionados, parecían desaparecer entre sus bocas, como formando un solo rostro.
Susana y yo seguimos bailando quien sabe por cuánto tiempo hasta que yo le dije que necesitaba descansar, estaba ya muy sudado y me había aburrido de la música. Sin embargo, el ambiente en el lugar era genial, se sentía tan bien estar allí. Tome rápidamente mi cerveza que ya estaba caliente y enseguida me abrieron la tercera, más fría, más agradable de tomar. Susana saco a bailar a José. Me aburría, pues no pasaba que la gente solo bailara y los demás bebieran en sus mesas. Después llego el segundo cubetazo. Por lo menos había más cervezas aún. En la pista, subieron tres chicas, dos de ellas llevaban un outfit muy casual, pero la que sobresalía era la más chaparra, con un vestido entallado de color blanco con rayas azules, haciendo resaltar su trasero, que en la pista de baile se movía como si de sus caderas saliera cada beat de la música. Me quede clavado en su silueta y por un largo rato la observe bailar buscando su mirada, mas no lo logre.
De repente, la música se calló, todos bajaron de la pista y una voz anunciaba “¡La primera salida de la noche!”. A la pista subieron el hombre dorito con un disfraz de policía y tras de él, una colegiala con un cuerpo muy desviado de los cánones de belleza con una mirada de culebra. Se introdujeron por el laberinto de mesas, cada uno por su camino: el policía hacia las mujeres (que eran muy pocas) y la colegiala hacia lo hombres, sentándose en sus piernas, bailándoles ahí. La colegiala se acercó a nuestra mesa y bailo sobre Iván y luego se fue sin más, buscando más presas. El show no duro mucho, los dos desaparecieron y la música sonó de nuevo. Para ese momento, ya eran las 3 de la mañana.
Susana saco a bailar a Iván. La pista de nuevo estaba llena. De nuevo mire la entrada, ahí llegaban una pareja de hombres, que se pavoneaban con movimientos exagerados, con sus labios fruncidos y un cigarro en su mano derecha. Se sentaron en una mesa donde ya los esperaba otro hombre. Después de un rato, se paró esta pareja a bailar desenfrenadamente y como no cabían ya en la pista, bailaron justo enfrente de la entrada, casi en la cara del guardia de seguridad, quien los veía con cierta incomodidad o confusión por sus movimientos.
Después de una hora más de baile, la segunda salida empezó. La colegiala y el policía colocaron una silla cada uno e invitaron a un hombre y a una mujer, respectivamente, para bailar sobre ellos. El policía ya había agarrado a su chica preferida, una muchacha delgadita y con el pelo rizado, de más o menos unos 23 años. La colegiala no tuvo que buscar mucho, pues el muchacho delgado hasta los huesos apareció de nuevo y se sentó. Ambos bailen compartían movimientos sugestivos: la colegiala se apoyó con el respaldo de la silla para recibir las nalgadas del muchacho; el policía movía sus caderas sobre el abdomen de la muchacha y otros movimientos más.
El show acabo, el baile comenzó de nuevo en la pista. Susana y José se fueron y solo quedamos Iván y yo. Ya había perdido la cuenta de las cervezas que llevaba, solo tomaba trago tras trago, expectante de algo más. En los rostro de todos se notaba la lujuria que ardía sobre las brasas, los movimientos en la pista de baile eran mucho más sueltos, tal vez por la inhibición del alcohol y el acaloramiento que la última salida había provocado. Perdí la noción del tiempo, cada instante me parecía eterno, caía en el aburrimiento y alcohol no se acababa. Tampoco quería bailar, me sentía cansado, más bien esperaba la tercera salida por el morbo, “¿que será lo siguiente que me espera?”.
La tercera salida comenzó, ahora una sola silla estaba puesta en la pista. El policía salió de repente desnudo, con un anillo que rodeaba la base de su pene. Bailaba sobándose su miembro, bailaba pegado a las columnas, se acercó de nuevo a la mesa de la chica de pelos rizados, volvió a la pista para una última exhibición enfrente de todos y luego desapareció entre las sombras.
Luego apareció la colegiala sin su uniforme, sino que con una blusa de brillitos, un top negro y un calzón color blanco. “Un caballero cachondo que quiera subir a la pista” sonó en el altavoz. Nadie parecía tomar la iniciativa. Así que la stripper, casi a la fuerza, tuvo que subir a un hombre a sentarse y así pudo comenzar su show. Con música que parecía de Las 50 sombras de Grey, ella se retorcía enfrente de él, mostrando su culo, acariciando sus propias tetas y su cintura; pero lo curioso es que aquel hombre tenía los ojos cerrados. “¡Vela! ¡Vela!” le decía yo desde mis adentros. Luego ella se sentó sobre él y se quitó la blusa fallidamente, pues se le había atorado con el arete que llevaba; ya que hubo librado de ese contratiempo, se quitó aquel top negro y mostró ante todos sus senos que me recordaban a los una amiga de la secundaria: apenas unos bultitos en forma de cono, con los pezones de mamila. Ella se paró y acaricio el pecho de él desde atrás, él intento chupar sus senos, pero ella no sé lo permitió y sin más, termino el show.
Quitaron la silla, el baile otra vez comenzó la gente a bailar, el alcohol era ya dueño de mis pensamientos. Iván estaba interesado en una chica y solo recuerdo, sin saber cómo lo logro, el apareció en la pista de baile con esa chica y me invitaron a bailar, pero termine bailando con un chico gay que rápidamente se dio cuenta de que no estaba interesado en él. Y ahí estuve, buscando alguna forma de zafarme de esa situación. Vi como la chica del vestido rayado abandonaba el lugar, vi a Iván sentado con otra chica distinta abrazándola. Luego sentí que alguien me empujaba, era el gay que llego pavoneándose y entonces supe que era el momento de retirarme.
Paso el tiempo entre más tragos de cerveza, el View se iba vaciando, Iván ya estaba dormido y aun nos faltaba la última botella. Vi la hora en mi celular y eran las 6:45 a.m., recordé que Iván tenía que ir a trabajar ese mismo día. Así que sacudí su cabeza y le di unas cachetadas para que despertara y lo logre. Se terminó la última botella y nos fuimos.
Al salir a la calle, la humedad del asfalto se había secado, se habían quedado los charcos lodosos en los baches profundos que caracterizan las calles de esta ciudad. Aún el cielo estaba igual de oscuro que como cuando entramos hace ya unas horas, pero no faltaba mucho ya para el amanecer.

domingo, 22 de julio de 2018

Contigua 12

A las 6 de la mañana, en punto, sonó la alarma. Cuarenta minutos tarde en arreglarme, desayunar un vaso de leche y recordar, aunque sea un poco, la capacitación que recibí durante un mes y medio por medio de mi CAE (Capacitador Asistente Electoral). Salí a la calle con colores neutros que no hicieran ningún tipo de referencia a algún partido, como me habían indicado. Me había peinado tratando de lucir mis rizos y llevaba una barba de unas pocas semanas, rala, pero existente.
Tome un taxi y llegue a la unidad deportiva Los Hermano Galeana, en el domicilio conocido. Apenas el sol intentaba alumbrar las jardineras de las canchas y a duras penas encontré o, más bien, mi CAE me encontró.
- Hola joven.- Me dio la mano y me dio los buenos días.
Desde el primer momento me pidió mi asistencia con el transporte de los muebles para tres casillas, una de esas era la mía. Iba de aquí para allá cargando sillas plegables y mesas con la ayuda de algún otro funcionario o CAE. La luz natural aún no era suficiente cuando acabamos y llegó la presidenta de mi casilla: Doña Rosy. Fuimos hasta donde había estacionado su carro, donde traía los paquetes electorales. Yo cargue con la de las elecciones locales, la que de por si era el encargado de su tratamiento durante el día como segundo secretario.
De apoco iban llegando los representantes de partido (RP) y mis compañeras funcionarias: doña Aida, la primera escrutadora; doña Xóchitl, tercera escrutadora; doña Esme, la primera secretaria, y la segunda escrutadora ni sus luces. A las 7 y media, doña Rosy me indico que empezara con el acta de la jornada electoral. Mientras las llenaba con los datos básicos, mis compañeras armaron las mamparas y las urnas. Yo seguí con el conteo de boletas y como viejas chismosas, tres RP’s se acercaron a mi exigiendo que el conteo lo hiciera en voz alta y que les permitiera ver los folios de las boletas. En cierta manera, me ayudaron con este proceso que llevo su tiempo. También doña Esme contó las boletas de las elecciones federales y ahí es cuando una RP de Morena ejerció su derecho de firmar las boletas para comprobar la integridad de estas. Esto atraso el inicio de la votación en nuestra casilla por cómo una hora. Los ciudadanos comenzaron a molestarse e incluso uno de ellos llamo a la FEPADE, a la prensa o a quien sabe quién quejándose sobre el retardo de las votaciones. Ya querían votar pues.
Cerca de las 9 comenzó la votación y durante 5 horas el flujo de los ciudadanos fue saturado y continuo. Durante ese tiempo, yo veía que una chica se la pasaba cerca de las urnas y yo preguntaba a doña Aida que quien era: no sabía responderme. Cuando me pasaron los nombramientos de mis compañeras me lleve la sorpresa de que estábamos completos y descubrí que la segunda escrutadora era esa chica llamada Andrea. Sin mayores problemas la votación siguió su curso. Los RP’s ayudaban en la búsqueda de los ciudadanos en sus propias listas nominales, doña Aida y yo resellábamos credenciales y marcábamos los pulgares de las personas con la tinta indeleble. Ya tenía manchada la mano izquierda de esta tinta, pero mi pulgar derecho seguía vacío.
Cerca de las 2 de la tarde, almorzamos todos, a mí me tocó el último turno. Fui a la lona más cercana y me compre una gordita de chicharrón con salsa roja que me supo a gloria. Como se acercaba la hora de la comida, se redujo el flujo de ciudadanos. Para ese entonces ya teníamos una lona cubriéndonos del sol, pero no del calor. En mi mano derecha me empezaban a salir callos por estar resellando las credenciales.
A las 2 y media de la tarde le dije a doña Rosy:
-Voy a ir a votar presidenta.
Doña Rosy me dijo que estaba de acuerdo y corriendo, apretando con mi puño, sobre mi pecho, el gafete de segundo secretario donde llevaba mi credencial, me dirigí a la fila de la casilla que me tocaba. Desde la mañana había sido la fila más larga, pero de alguna forma los funcionarios de esa casilla habían logrado que el flujo fuera rápido y constante. Tarde como 10 minutos formado. Llegue a la mesa, saque mi credencial y se la entregue al primer secretario, me busco en la lista nominal
-107.-grito a los RP de esa casilla y marco con el sello “Voto 2018” mi posición en la lista.
El presidente me entrego mis boletas y un minutos después entre a la mampara para votar. Fue la primera vez que ejercía mi derecho como ciudadano responsable. Reflexione aún sobre mi voto, porque seguía  indeciso. Cada vez que marcaba la equis sobre el recuadro suspiraba y remarcaba bien mi intención de voto para facilitarle el trabajo a mis colegas. Antes de salir de la mampara doble mis votos, me quite del camino la cortina blanca y ahí enfrente estaban las urnas. Uno por uno iba introduciendo mis votos. Entonces me devolvieron mi credencial ya resellada.
-Márcale bien. – Le dije a la escrutadora que sostuvo mi pulgar derecho desnudo, ahora cubierto de esa tinta que por primera vez impregnaba mi piel. 
Estos son solo tres pulgares de los 56 millones, 611 mil veintisiete totales que fueron a votar este 1° de julio.

Regrese a mi casilla a hacer mi trabajo. Una hora después comí barbacoa que nos trajo nuestra CAE Mary. Las cosas siguieron igual hasta cerca de las 6 de la tarde. Yo seguí llenando el acta de la jornada electoral, pidiendo firmas a los RP y a mis compañeras. A las 6 en punto se hizo el corte de fila, aún habían ciudadanos formados y otros no alcanzaron a formarse, yéndose molestos y echando maldiciones, ¿qué más querían? A las 6 en punto marca la ley que se terminan las votaciones.
Entre todos comenzamos con la cancelación de las boletas sobrantes y el conteo de estas. Luego seguí con el conteo de los votos, la actividad que se llevó la mayor cantidad de tiempo en la casilla, terminando este proceso hasta la 1 de la madrugada del día 2 de julio. Mientras lo hacíamos, la noche nos fue cubriendo y no había alumbrado público que nos ayudara a escrutar los votos de los ciudadanos. Así que algunas personas o RP nos ofrecían el flash de sus celulares inteligentes, que apenas alcanzaba para distinguir entre votos válidos y nulos. Ya contados los montones de cada partido y coalición, yo los anotaba en un cuadernillo donde podía equivocarme y corregir, antes de ingresar los datos finales al acta de escrutinio y cómputo.
Hubiéramos terminado antes si un RP general del PRI no hubiera llegado a solo provocar un incidente, una riña de palabras solamente y que casi hace clausurar nuestra casilla y el conteo de los votos, con el argumento de que habíamos impedido el derecho a votar a alguien violentamente, para ese entonces eran las 11 de la noche. Todos los demás RP’s y nosotros, los funcionarios de esa casilla, no estuvimos de acuerdo con tal acusación. Entonces se armó un relajo durante 15 minutos, hasta que todos nos unimos y empezamos a gritar “¡Fuera, fuera!”. El RP general y la RP de nuestra casilla se fueron con la cola entre las patas y nunca más se volvieron a aparecer ahí. El conteo continúo.
Escrutinio y computo de los votos

Aún después de terminado el escrutinio y cómputo de los votos, el trabajo en la casilla no terminaba. Doña Esme y yo seguíamos con el llenado de las actas, el recibimiento de firmas y la publicación de los resultados. Esto nos llevó otra hora más y hasta que recibimos la última firma del último representante y entregamos sus copias de las actas de la jornada electoral, de incidentes y de escrutinio y cómputo; hasta que habíamos llenado y sellado los paquetes electorales; hasta que habíamos llevado a una casa cerca de las canchas a guardar las sillas y las mesas, las lonas y los pocos focos que aún alumbraban lo que quedaba de las casillas; hasta nuestra CAE nos entregó un sobre con el fruto de 19 horas trabajo en la jornada electoral en la casilla, hasta ese momento nos fuimos de ahí. Pero aún no acaba el proceso, solo faltaba un paso más: entregar el paquete electoral al consejo distrital.
Tres segundos secretarios, junto a una CAE del IEPC y un funcionario que tenía un carro, metimos a la cajuela 4 paquetes electorales locales y en la oscura soledad de las calles de Chilpancingo a las 2 y media de la madrugada, nos dirigimos al consejo del distrito 01 del estado. En la capacitación nos habían dicho que las fuerzas armadas nos resguardarían en el transporte de los paquetes, pero no fue así. A pesar de esto, en el camino, no pasó nada anormal.
Llegamos al consejo que se encuentra cerca del CONALEP y enseguida nos recibieron los paquetes. A cada funcionario le pidieron sus datos y nos dieron un comprobante de que habíamos entregado los paquetes, que al final tuvimos que entregarle a la CAE que nos acompañaba. Mientras anotaban mis datos por la entrega del paquete, atrás de la señorita que me atendía veía al equipo del PREP capturando los datos, gritándose quién sabe qué.
Ya entregado y resguardado el paquete en el consejo, los demás funcionarios de casilla se fueron por sus propios medios a sus casas. Yo aún me quede con la CAE, quien pidió un taxi y lo pago directo a mi casa. Cuando llegue a mi casa ya eran las 3 de la madrugada: me esperaban todavía y las primeras palabras que escuche fueron:
-Gano tu abuelito.
Entre a mi cuarto, me quite las ropas para ponerme unas más cómodas, me arroje sobre la cama y programe la alarma para en la mañana ir a clases. La jornada electoral por fin había terminado, horas después me preocuparía por los resultados. En ese momento, solo quería dormir.