Cuando era niño, toda la feria solo eran los juegos mecánicos y los juegos de canicas. Ahora que estoy más cerca de las dos décadas de vida y aunado mi vicio por el alcohol, me hizo explorar por los callejones oscuros de la feria; mero donde se vende sabrosas micheladas, donde se encuentran las famosas barras donde solo caben dos borrachos y los antros, que a cada rato a algún chavo “inocente” matan, quien solo iba a divertirse un rato, a desconectarse.
- A ver cuando nos ponemos de acuerdo para ir a las barras- Actualmente así son mis invitaciones a la feria.
Antes, mi familia me llevaba a los juegos mecánicos y no pasaba a más si me compraban alguna camisa o un pantalón. Pasábamos de largo por el teatro del pueblo, poco me llamaba la atención, pues justo a un lado estaba el museo de cera y del otro estaba el de los fenómenos, ¡eso si era interesante!
Al primer juego mecánico al que subí, al que se pueda considerar extremo, fue al Everest. Es algo así como una lavadora que te da vueltas, sube y baja, y si vas acompañado, eres aplastado o el que aplasta. Tenía seis años, en ese entonces me provoco nervios y entusiasmo a la vez. También me imaginaba que haría vomitar, algo que no me gustaba –y hasta la fecha. Fue toda una experiencia. En la mitad del viaje, después de tantas vueltas y que aún faltaban más, el operador soltaba niebla artificial con un sabor extraño y a la vista era aterrador., totalmente genial. Ahora todos íbamos de reversa, la adrenalina me iba tope y lo disfrutaba cada vez más y más. Al terminar, no sentí nauseas ni nada, pero mi mundo a mi alrededor si lo resintió y me hacía dar tumbos al caminar.
Nunca he ganado algo en estos juegos de destreza: son imposibles, llenos de trampas. Pero sin más yo sigo intentando. Son divertidos, no lo niego, si son un desperdicio total de dinero, eso que ni qué. Sus colores, las luces, la música, la gente jugándolos los hacen atractivos. Sin darte cuenta ahí estas como lelo viendo como le hace aquel muchacho o la señora aquella, apuntándole con el rifle de balines a la caja de cerillos, que sostiene un billete de 50 pesos. Podría proponerme este año, ganar alguno de ellos y llevarme un premio, mas ahí mismo radica el problema: los premios. Estos solo pueden ser dos cosas: o son totalmente inútiles y corrientes o son muy buenos y muy difíciles de obtener. Los dueños de estos los diseñaron para que siempre ellos ganaran, aunque tu creyeras que has vencido al sistema. Neta.
La feria de Chilpancingo es de pueblo, aunque digan que aquí es una ciudad. Cada año es lo mismo, poco cambia. Pero algo tiene, algo que me hace regresar puntual cada año, por lo menos un día e intentar de nuevo ganar ese muñeco de peluche gigante, subirme al Everest, comprarme una papa frita en espiral con mayonesa y catsup, comprar ropa y los trastes nuevos, escuchar al vendedor de cobijas e ir con amigos por una cheve. Tal vez sea ese calor de casa que siempre da, que está atrapado en el aire frio, en las noches decembrinas y en sus callejones llenos de los habitantes de este pueblo. No nos queda más que seguir aportando a ese calor a las personas a nuestro alrededor y no dejar de festejar la navidad en la feria.
- A ver cuando nos ponemos de acuerdo para ir a las barras- Actualmente así son mis invitaciones a la feria.
Antes, mi familia me llevaba a los juegos mecánicos y no pasaba a más si me compraban alguna camisa o un pantalón. Pasábamos de largo por el teatro del pueblo, poco me llamaba la atención, pues justo a un lado estaba el museo de cera y del otro estaba el de los fenómenos, ¡eso si era interesante!
Mi primera vez en la feria. |
Nunca he ganado algo en estos juegos de destreza: son imposibles, llenos de trampas. Pero sin más yo sigo intentando. Son divertidos, no lo niego, si son un desperdicio total de dinero, eso que ni qué. Sus colores, las luces, la música, la gente jugándolos los hacen atractivos. Sin darte cuenta ahí estas como lelo viendo como le hace aquel muchacho o la señora aquella, apuntándole con el rifle de balines a la caja de cerillos, que sostiene un billete de 50 pesos. Podría proponerme este año, ganar alguno de ellos y llevarme un premio, mas ahí mismo radica el problema: los premios. Estos solo pueden ser dos cosas: o son totalmente inútiles y corrientes o son muy buenos y muy difíciles de obtener. Los dueños de estos los diseñaron para que siempre ellos ganaran, aunque tu creyeras que has vencido al sistema. Neta.
La feria de Chilpancingo es de pueblo, aunque digan que aquí es una ciudad. Cada año es lo mismo, poco cambia. Pero algo tiene, algo que me hace regresar puntual cada año, por lo menos un día e intentar de nuevo ganar ese muñeco de peluche gigante, subirme al Everest, comprarme una papa frita en espiral con mayonesa y catsup, comprar ropa y los trastes nuevos, escuchar al vendedor de cobijas e ir con amigos por una cheve. Tal vez sea ese calor de casa que siempre da, que está atrapado en el aire frio, en las noches decembrinas y en sus callejones llenos de los habitantes de este pueblo. No nos queda más que seguir aportando a ese calor a las personas a nuestro alrededor y no dejar de festejar la navidad en la feria.
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