sábado, 11 de noviembre de 2017

¡Siempre leales!



-¡Posición lagartijas, ya!
Solo había llegado 5 minutos tarde, la hora de entrada es a las 8 horas. Mientras subía y bajaba mi cuerpo con mis brazos enclenques, veía como mi compañía, la primera, me abandonaba y desaparecía para dirigirse a la explanada. En casa, practicaba de 10 a 20 lagartijas fácilmente, no me representaban gran dificultad; pero sobre el suelo del 50 batallón de infantería de la 35a zona militar, parecía actuar una fuerza de gravedad más fuerte que en el resto del mundo. A partir de la quinta flexión, mis brazos ya no podían, me temblaba todo el cuerpo, sobretodo el abdomen. Apenas pude terminar 10 y el sargento nos pidió firmes, todos los que habíamos llegado tarde formamos una nueva compañía, la compañía de las “zorras”.
Llegamos a la explanada, la banda de guerra ya estaba formada, todas las compañías estaban en sus lugares correspondientes.
-¡Paso veloz!
-¡Uno, dos!
-¡Ya!
Las “zorras” nos separamos y nos integramos a donde pertenecíamos. 
-¿Numero de lista?- dijo el monitor de la primera.
Sonó la corneta, no hubo tiempo para pasar lista a los retrasados. Atención, firmes, ya. Mantener la primera posición del saludo, ya. El himno nacional comenzó, se oían cantos desafinados y otros sordos, yo lo cantaba lo mejor que podía, mi compañero de a lado ni se molestaba en mover la boca y fingir cantar. El monitor se dio cuenta de esto, solo se escuchaban sus furiosos pasos acercándose a mí... Y como un látigo, sin piedad, golpeó la espalda del conscripto que no cantaba, y como si ese fuera su último aliento, expiró gravemente y yo cante con mucha más emoción. ¡Canta, canta, más fuerte! me decía a mí mismo. La bandera por fin había llegado a lo alto del asta, ondeaba majestuosa, era un día soleado y ventoso, fresco. Esto me había sucedido entre los primeros tres meses del servicio militar nacional (SMN).
Antes de entrar al servicio, tenía una perspectiva diferente a la que tengo ahora, que ya estoy a punto de acabar. Pensaba que los militares, esos hombres que parecían de piedra, inmóviles, severos y vestidos de verde y portando un arma, eran de lo peor, que no eran humanos, sino máquinas, robots. Me habían contado cosas horribles de como trataban a los conscriptos: que los trataban como animales, los humillaban, que todo el día se la pasaban bajo el sol o la lluvia, el mismo infierno. Gran sorpresa me lleve cuando, el primer día, el más aburrido de todos los sábados, no hicimos más que estar formados y esperar 5 horas para que nos dejaran libres. Gradualmente, las actividades se fueron complicando. El trato de los cabos y los sargentos iba siendo mucho más estricto para con nosotros, pero su humildad y respeto se expresaba también. Durante 10 meses, nadie ha sido humillado, solo castigado con mano firme y justa.
Las 8 horas era la hora de entrada, no podías llegar un poco tarde, porque todas las compañías se iban a la explanada para hacer los honores a la bandera. En la explana principal, un cuadro de un poco más de un kilómetro cuadrado; hacia el oeste  estaba el asta donde se izaba la bandera al sonar del himno nacional. Las cuatro compañías rendían los honores correspondientes con su uniforme, el que deben llevar "bien prestigiados": una gorra roja, una camisa con las letras SMN, un pantalón de mezclilla azul, un cinturón negro y zapatos o botas negras, bien boleadas. El corte de pelo debe ser desvanecido de la parte lateral y trasera de la cabeza, poco importa cómo te hayas cortado la parte de en medio. Lo importante es como se ve lo que la gorra no alcanza a cubrir.
Terminado los honores a la bandera, es hora del almuerzo, una por una van pasando las compañías, en un orden que desconozco, casi siempre la primera pasa primero. La comida que ahí sirven no es la mejor, pero es buena. Una constante en el plato de cada sábado son los frijoles, algún otro complemento como huevo, carne de res o puerco o chilaquiles. Además de que en la mesa hay una canasta con teleras y otra con pan dulce, y una jarra con una bebida caliente, ya sea atoles, chocolate, café o algún té.
Después del almuerzo, siguen dos horas de orden cerrado. Es el tiempo donde se marcha, se ven las diferentes formaciones de pelotones y escuadras y también las que son a nivel individual, ya sean sin arma o con ella. El rifle que portamos no viene cargado y pesa alrededor de 5 kg. Cuando lo portamos, todos se pelean por cárgalo, tocarlo y explorarlo; pues la sensación de tener un rifle en tus manos, es algo especial, no sucede todos los días.
-¡Ya no aguanto!- se queja el conscripto, quien ya no podía con el peso.
-Tú querías cargarlo.
Luego comienza la hora de la academia, donde se tratan temas diversos como: primeros auxilios, traslado de personal herido, el plan DN-III-E, armar y desarmar armas, así como los elementos que las conforman; rangos militares, leyes militares y los valores fundamentales de las fuerzas armadas. Claro, si el sargento o cabo encargado está lo suficientemente informado del tema, porque si no, será una hora llena de risas y de anécdotas muy interesantes.
Cuando el sol esta justo en el cenit y sus rayos pegan duro, es la hora de educación física, o como se le conoce dentro del batallón, la hora de la mamuquiza, la mejor hora de todo el día. Las actividades que se llevan a cabo van desde la calistenia y los típicos ejercicios (lagartijas, sentadillas, abdominales), defensa personal, marcha de 5 km o carrera. Exceptuando defensa personal, cada una de estas actividades te lleva al límite de tus capacidades: sudas, te duelen los brazos, tienes sed, ya no responden tus piernas, te dan calambres y demás molestias; pero cuando vas progresando y notas el cambio en tu cuerpo, no hay mejor sensación.
-¡Échenle fibra!
Fibra, esa es la palabra que encierra esa determinación que uno fortalece y trabaja para mantenerla. Un “fibra” es un conscripto que obedece, le echa ganas, siempre trata de superarse y acepta sus errores y los castigos sin protestar. Un fibra es un soldado de verdad.
-Romper la formación… ¡Ya!
-¡PRIMERA COMPAÑÍA!
-Hasta la próxima semana, morros.
Cuando el reloj marca las trece horas del día, significa hora de irnos. Muchos salen aún eufóricos, algunos van por un refresco, otros se van derecho a su casa o trabajos. El sudor se marca en sus gorras, sus brazos están quemados, sus camisas blancas están manchadas de tierra o lodo; sus zapatos están polvosos, ya no son negros, sino cafés; su piel está cada vez más bronceada.
Desde el momento en que por primera vez entramos al SMN, hasta que salimos del batallón, no volvimos a ser los mismos, ni nuestros pensamientos, ni nuestros cuerpos. En nosotros se ha fortalecido los valores de lealtad, disciplina, honor, abnegación, patriotismo, honradez, valor y espíritu de cuerpo hacia el pueblo, la bandera, el escudo, el himno nacional, hacia México.

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